sábado, 8 de junio de 2013

Ternura II: Dumitru

Siempre he lamentado no tener acceso en internet a este maravilloso texto del teólogo rumano Dumitru Staniloae. Así que finalmente me decido a publicarlo en mi blog. El texto se llama TERNURA Y SANTIDAD, y lo he trascrito del libro ORACIÓN DE JESÚS Y EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU SANTO, de Editorial Narcea Ediciones (se puede adquirir en Amazon)  Algunas decisiones de traducción no me convencen; por ejemplo, yo prefiero la expresión "la persona santa" a la expresión "el santo". Pero lo trascribo tal como aparece publicado por los editores, cuyos derechos de autor no pretendo afectar.

La humanidad se renueva y se salva en la figura de un santo, por su disponibilidad en las relaciones, por su extrema atención a los demás y por la prontitud con la que se entrega a Cristo.

¿Cómo se manifiesta concretamente esta humanidad renovada? En la relación del santo con cada ser humano se deja ver un comportamiento marcado por la delicadeza, la transparencia y la pureza, tanto de pensamiento como de sentimientos. Su delicadeza se extiende incluso hacia los animales y las cosas, porque el santo ve en todas las criaturas un don del amor de Dios y no desea dañar este amor tratando esos dones con negligencia o indiferencia. Respeta a cada persona y a cada cosa. Si una persona o un animal sufren, experimenta una profunda compasión por ellos.

San Isaac el Sirio dice de la compasión del santo:
"¿Qué es un alma, un corazón lleno de compasión? Es un corazón que arde por cada criatura: por las personas, por los pájaros, por los animales, por las serpientes, por los demonios. Al verlos y recordarlos los santos derraman lágrimas. Esta compasión inmensa e intensa que desborda el corazón de los santos hace que sean incapaces de soportar la vista de la más pequeña herida, aunque sea insignificante, en una criatura. Así mismo, rezan siempre con lágrimas por los animales, por los enemigos de la verdad y por los que les hacen daño" (Sermón 81).

Cuando a San Calinico de Cernica le faltaba dinero para los pobres, se volvía a los que le rodeaban y les decía: "Dadme dinero para dárselo a los hermanos de Jesús".

Esta compasión nos hace descubrir un corazón tierno, extremadamente sensible, al que le es ajeno cualquier tipo de dureza, indiferencia y brutalidad. Nos muestra que la dureza la produce el pecado y las pasiones. En el comportamiento del santo y en sus pensamientos no hay vulgaridad, ni bajeza, ni mezquindad, ni un solo rasgo de afectación. Todo es sinceridad. En él hallan su culmen la ternura, la sensibilidad y la transparencia, que se alían con la pureza, con la generosa atención a los demás, y con esa disponibilidad por la que, con todo su ser, vive con ellos sus penas y sus sufrimientos. Todas estas cualidades manifiestan una eminente realización de lo humano.

En efecto, en esta forma superior de ternura hay una distinción y una nobleza llenas de amor que dejan muy atrás la distinción y la nobleza habituales, distantes y formalistas. Esta ternura no evita el contacto con los hombres más humildes ni huye ante situaciones en las que otros podrían hacerlo. El modelo de esta ternura es la kenosis de Cristo, su condescendencia. Él no quiso alejarse de los pecadores ni de las mujeres, como hacen los que temen por su reputación. La kenosis de Cristo es la suprema ternura. Con ella nos demuestra su deseo de no apesadumbrar ni molestar a los humildes.

Con la kenosis deseaba abrirse un camino hacia sus corazones. Deseaba hacerles renunciar a su brutalidad por la ternura, en lugar de hacerles persistir en una actitud de insensibilidad con la cual el inferior responde con su desprecio al superior que también le desprecia.

Cristo quiso que por su kenosis se derrumbara el muro de brutalidad y aspereza que recubre como una cáscara, para defenderla, la delicada esencia de la verdadera humanidad.

La ternura del comportamiento de los santos se inspira en la kenosis de Cristo. Son, al mismo tiempo, los precursores de ese nivel futuro en el que la ternura reinará en las relaciones humanas, ya que, insatisfecha la humanidad de la igualdad exterior que consigue alcanzar, se dirige hacia un nivel superior de relaciones recíprocas marcadas por la ternura.

Gracias a que participan de una conciencia cuya sensibilidad se nutre y afina, precisamente, en esta sensibilidad del Dios hecho hombre para los hombres, los santos perciben en los demás los más escondidos estados de ánimo y evitan todo lo que les pueda causar cualquier contrariedad, sin dejar, no obstante, de ayudarles a triunfar sobre sus debilidades y a vencer sus dificultades.

Al santo se le busca como confidente de los más íntimos secretos, porque es capaz de leer en los demás esas necesidades que apenas expresan y las cosas buenas que desean. Se apresura, entonces, a responder a esa petición y se entrega a ello con dedicación. Sin embargo, también distingue las impurezas, incluso aquellas que más habitualmente disimulan. Su compasión se vuelve entonces purificadora, por la dulce fuerza de su propia pureza y  por el sufrimiento que hacen nacer en él las malas intenciones o los deseos perversos de los demás. Ese sufrimiento se le queda dentro.

En cada una de esas situaciones, sabe cuál es el momento oportuno para hablar y lo que hay que decir; sabe también cuándo es mejor callar y qué conviene hacer. Podríamos como una especie de "diplomacia pastoral", este sutil discernimiento que tienen los santos, una prueba más de la nobleza de su distinción.

Del santo emana siempre un espíritu de generosidad, de abnegación, de atención y de participación que no se preocupa de sí mismo. Es un calor que calienta a los demás, les hace tomar fuerzas y les hace experimentar la alegría de no estar solos. El santo es un cordero inocente, siempre dispuesto a sacrificarse, a asumir el dolor de los demás, pero también un muro inquebrantable en el que todos se pueden apoyar.  Cuando comparte los destinos ajenos, unas veces demuestra gran discreción, y otras, al contrario, gran efusión, pero siempre, no hace falta decirlo, su relación con los demás es totalmente desinteresada.

Por otra parte, no hay nadie más humilde que él, más libre de lo artificial, más lejano de la fanfarronería y de comportamiento más "natural", porque acepta y comprende todo lo que es verdaderamente humano, todas las situaciones modestas y a veces hasta ridículas de nuestra humanidad, que sólo es grande precisamente cuando no se vanagloria de su grandeza. Así, el santo crea inmediatamente entre él y los demás una atmósfera de familiaridad, de proximidad humana y de intimidad. Con ella humaniza sus relaciones con los demás y las hace auténticas, porque él mismo se ha vuelto profundamente humano y auténtico. Habla con dulzura, evitando llamar brutalmente por su nombre a las debilidades ajenas y crea las condiciones para una relación directa, franca y abierta de los demás con él. De esta manera les invita a confesar sinceramente sus flaquezas y pecados, y les da fuerza para vencerlos.

San Máximo el Confesor dice que los santos han llegado a la simple y pura sencillez porque han superado en sí mismos toda dualidad, toda duplicidad. Han superado la lucha entre alma y cuerpo, entre las buenas intenciones y las obras que en realidad se hacen, entre las apariencias engañosas y los pensamientos ocultos, entre lo que se pretende ser  y lo que en realidad se es.
Se han simplificado porque se han entregado totalmente a Dios. Ésta es la razón por la que pueden darse enteramente a los hombres. Si en sus relaciones con los demás a veces evitan hablar de las faltas por su nombre, lo hacen para no descorazonarles y también para que en ellos aumente el pudor, la delicadeza, el discernimiento, la sencillez y la sinceridad.

Los santos siempre confortan. Por eso a veces reducen las proporciones exageradas con que las personas imaginan la talla de sus defectos, sus pecados y sus pasiones. Les alzan de la desesperación o de la impotencia total en la que se sienten sumidas, pero también reducen el orgullo de los demás haciendo uso de un delicado humor. Sonríen, pero no lo hacen sarcásticamente ni explotan en carcajadas. Se muestran serios ante actos inmorales o pasiones condenables, pero no atemorizan.

Dan un valor infinito a los más humildes, porque el Hijo de Dios, al hacerse carne, dio este infinito valor a todo ser humano. Como dicen en sus textos algunos Padres espirituales, ven a Cristo en cada hombre. No obstante, rebajan el orgullo de los demás mostrándose como ejemplos de humildad. De este modo restablecen continuamente la igualdad natural entre todos.

Por su humildad, el santo pasa totalmente desapercibido, pero se hace presente cuando se necesita su apoyo, consuelo o ánimo, y está cerca de quien todos abandonan. Para él no existe ninguna dificultad insuperable ni ningún obstáculo invencible, cuando se trata de sacar a alguien de una situación desesperada. En esas ocasiones muestra una fuerza y una habilidad sorprendentes, junto a una calma y una confianza inquebrantables, porque cree firmemente en el auxilio de Dios, al que pide constantemente y ora.

Es el ser más humano y el más humilde, pero al mismo tiempo es una persona excepcional y sorprendente. Suscita en los demás el sentimiento de haber descubierto en él y en los otros a través de él, lo que es verdadera humanidad.

Esta humanidad estaba de tal manera recubierta por lo artificial, por la voluntad de parecer en lugar de ser, que cuando se descubre sorprende como si fuera algo que no es natural. El santo es el más afable de los hombres y al mismo tiempo impone sin querer. Es el que más llama la atención y el que más respeto infunde. Se convierte en un íntimo para todos y cada uno, es el que mejor comprende, con quién se está a gusto, pero al mismo tiempo quien nos hace sentir incómodos porque nos hace ver las carencias morales y los pecados que no queremos reconocer.

Nos colma con la sencilla grandeza de su pureza y con la calidez de su bondad y su atención, pero nos causa vergüenza cuando vemos nuestro nivel moral tan bajo, por haber desfigurado la humanidad, ser impuros, artificiales, tan llenos de dobleces y de mezquindad. Todo eso adquiere un relieve tremendo desde la comparación que involuntariamente establecemos entre él y nosotros mismos.

El santo no domina a la manera terrena; no da órdenes con severidad. Tampoco nosotros le criticamos, ni sentimos nacer en nuestro corazón oposición alguna contra él, porque el santo nos hace concreta la persona de Cristo, a la vez tierno y poderoso, y por eso no nos escondemos de él ni esquivamos su rostro, aunque quizá prefiriéramos uno que nos diera órdenes con severidad, porque en él sentimos una firmeza irreductible, una total identificación de su persona con el bien, aunque esta firmeza en las convicciones, en la vida, en las opiniones y en los consejos, sea una firmeza sin crispación.

Por eso, las opiniones y consejos que expresan con ternura sobre lo que debemos hacer, por su carácter paradójico, se convierten en órdenes más imperiosas que cualquier precepto terreno, órdenes por las que se es capaz de hacer cualquier esfuerzo y sacrificio con tal de cumplirlas; porque la ternura del santo es a la vez firmeza y bondad. Ambas emanan de Dios y dejan trasparentar la bondad divina que, con una autoridad absoluta, se impone en la dulzura.

El consejo del santo resulta ser una liberación; libera de esa desfiguración y de esa impotencia en la que nos encontramos, de esa desconfianza que reina en nosotros. Sentimos que lo que el santo ha recomendado es como una fuerza, como una luz que brilla segura sobre el camino de la salvación por el que hay que caminar para salvarnos de la resignación de perdernos. Por el santo nos llegan la fuerza y la luz que vienen de la fuente suprema de fuerza y de luz, y también la bondad que, como un arroyo, mana de la fuente suprema de la bondad. Tememos que el santo ponga sus ojos en nuestra alma pensando que va a descubrir una verdad que nos sería desfavorable, pero al mismo tiempo esperamos que lo haga como el que aguarda la mirada de un médico de indudable competencia y segura amistad. Él nos dará -lo sabemos- el diagnóstico y el remedio eficaces para curar de una enfermedad que vagamente intuimos que es mortal.

En su ternura, en su dulzura y en su humildad percibimos una fuerza que ningún poder terreno puede doblegar ni desposeer de su pureza, de su amor por Dios y por la humanidad, de su voluntad de darse totalmente a todos y de servirles para ayudarles a salvarse.

El que se acerca a un santo descubre en él el colmo de la bondad y la pureza, cubierto por un velo de humildad que lo hace aún más atrayente. Hay que hacer un esfuerzo para descubrir las proezas de sus renuncias, de su ascetismo y de su amor por la gente, pero su grandeza impresiona por la sensación de la bondad, sencillez, humildad y pureza que se desprenden de él. Su elevación coincide con su proximidad. Él es la imagen de la grandeza tanto en la kenosis como en la humildad. De la persona del santo irradia una calma y una paz que nada quebranta, conquistadas y conservadas gracias a una dura lucha. Al mismo tiempo, el santo comparte hasta las lágrimas, los dolores de los demás.

El santo está enraizado en la permanencia del amor y el sufrimiento del Dios hecho carne, porque este amor emana de Dios que se ha encarnado y ha sufrido por los hombres. El santo reposa en la eternidad del poder y la bondad de Dios que se han vuelto en Cristo accesibles a la humanidad, dice San Máximo el Confesor, porque el santo, todo él, está marcado por la presencia de Dios, como Melquisedec. No obstante, este permanecer en el amor eterno de Dios y de los hombres no excluye su participación en los sufrimientos de los hombres y en sus buenas aspiraciones, al igual que Cristo no cesa de estar en estado de sacrificio por ellos, ni los ángeles dejan de ofrecer continuamente sus ministerio; porque esta permanencia en el amor que sufre es también una eternidad, una eternidad viva. Ese es el "reposo", la estabilidad, el "sabbat" en el que entran los santos, los que salieron del Egipto de las pasiones (Hb 3, 18-4,11). No se trata del "sabbat" insensible del nirvana, porque el reposo del santo en la eternidad del amor inquebrantable, del amor de Dios por los hombres, tiene también el poder de atraer a los demás y de ayudarles así a vencer sus sufrimientos con valentía, a no sucumbir y no desesperar. Por esto, el santo es la vanguardia y el sostén de la humanidad sobre el camino que lleva a la perfección futura del Último Día.

El santo triunfa sobre el tiempo precisamente por estar intensamente presente en el tiempo. Alcanza así, la máxima semejanza con Cristo, que está en los cielos y a la vez entre nosotros con gran eficacia. Por la salvación de la humanidad, el santo lleva a Cristo con el poder invencible de su amor.

El santo representa al ser humano purificado de las escorias de lo infrahumano o de lo inhumano, es la rectificación del ser humano desfigurado por la animalidad. Representa al ser humano cuya transparencia, restaurada, deja ver su modelo de bondad sin límite, de fuerza y sensibilidad infinitas: El Dios hecho carne. Es la imagen restaurada del Absoluto vivo y personal que se ha hecho hombre. Se ha transformado en una montaña, vertiginosamente alta y al mismo tiempo familiarmente cercana por su humanidad, que en Dios encuentra su perfección. Es una persona comprometida en un diálogo incesante y totalmente abierto con Dios y con los demás. Es la clara transparencia de la aurora de la eterna luz divina en la que la humanidad alcanzará su perfección. Es el reflejo integral de la humanidad de Cristo.

4 comentarios:

mª pilar-pili dijo...

Mi querido Rodrigo:
Cada día me asombra más tu gran capacidad de lucha, entrega, ternura, búsqueda, comprensión... y cien adjetivos más.

A tu lado me siento bien, pero "paradita" mis nieticos y poco más.

Me gustaría tener tu fuerza, más lo cierto es, que ya me queda poca y lo que pide mi ser todo es:

"Silencio, serenidad, soledad..."

Aunque el dolor de los siempre perseguidos y explotados puede conmigo y me duele la entraña misma... y sigo "paradita" firmar en su defensa, ayudar con un poquito de plata, levantar el corazón con fuerza a ese no se que... que me llama desde siempre y se refleja en cada ser que pasa por mi lado.

Mi cariño y recuerdo para ti ¡siempre! aunque no te lo diga esta viejita que te quiere de verdad.

mª pilar-pili

Rodrigo Olvera dijo...

Mi querida Pili

Silencio, serenidad, soledad. Tres palabras que siempre me han llamado y convocado (aunque parezca mentira en este abogadillo que habla/escribe/debate tanto y se la pasa entre las patas de los caballos). Te comparto un poco más de mi interior: cuando estaba yo en el bachillerato, se cruzaron en mí dos corrientes que parecían antagónicas. Por un lado, toda la espiritualidad de las madres y padres del desierto (soledad, silencio); por el otro lado la espiritualidad de la liberación latinoamericana. De locos, ¿no?

Quien me ayudó fue una mujer, a quien considero mi madre espiritual. Catherine de Hueck Doherty. Esta mujer es uno de los más grandes ejemplos de activismo cristiano contra la discriminación racial, y al mismo tiempo es uno de los grandes ejemplos de la espiritualidad del desierto en los años 60's-80's del siglo pasado.

Tiene una frase, llena de significado: sé una luz a los pies del camino de tu prójimo.

Con ella aprendí que hay un silencio lleno de amor por y para este mundo caótico, una serenidad llena de amor por y para este mundo angustiado, una soledad llena de amor que abraza realmente a cada persona.

Y aprendí que hay personas cuyo corazón es tan grande, que en su silencio, su serenidad y su soledad, sostienen al mundo.

Creo que de esos corazones es el tuyo.

Te quiero mucho amiga. Y te deseo ese reposo del que habla Dumitru en este texto de Ternura y Santidad. Y te deseo días llenos de amor.

Anónimo dijo...

Hola Corazon:
Hoy mi calendario me recordo que es tu cumpleaños.
Deseo que las bendiciones se sigan derramando sobre vos y que en ello se te vaya la vida
*_*

Carmen dijo...

Precioso texto, Rodrigo. Me lo quedo. Es de los que hay que releer muchas veces para no olvidar hacia donde queremos crecer. Hacia donde queremos Ser. Gracias por compartirlo.
Abrazos