martes, 27 de julio de 2010

De escudos y espadas

Con dedicatoria a mi carnal Gabriel Sánchez

Es común que en los debates, sobre todo en dabates de discusión religiosa y/o política, los ánimos se calienten. Nunca me he espantado de ello; pero siempre he lamentado cuando, en vez de argumentos respecto de las ideas, se lanzan descalificaciones contra las personas (argumentos ad-hominem, que decían los clásicos de la lógica).

Hoy en ATRIO -un portal en el que he podido conocer un sin fin de mujeres y hombres de inigualable valor- ocurrió una de estas descalificaciones personales, que me ha llevado a una nueva reflexión, que comparto.

El tema era la crisis mundial, y la diferencia de propuestas de salida entre la socialdemocracia tradicional y los movimientos altermundistas. No entro a detallar la polémica, si a alguien le interesa el punto, puede seguirla y participar aquí:

http://www.atrio.org/2010/07/diez-anos-de-zapatero/


En medio de la discusión, se le lanzó a Gabriel el siguiente comentario:
"6.- Para terminar: aunque, por supuesto, cada uno es libre de participar en los debates cuando le apetece, pienso que no hace falta que salga tu fiel escudero Rodrigo a defenderte, pues te defiendes tú solito razonablemente bien. Tanto exceso de lealtad –mal entendida, en mi opinión-, puede llegar incluso a ofrecer de ti una imagen de impotencia dialéctica. Pero vosotros mismos, faltaría más."
(Las negritas son subrayado mío.)

Mi respuesta, completamente visceral, fue la siguiente:
"Esta es una MIERDA DE COMENTARIO ad-hominem, bastante baja (...)"
No es común - creo yo, quizá me engaño respecto de mí mismo - que incurra en exabruptos como éste. Pero fue tal mi enojo, que no pensé siquiera en contenerme. El enojo no fue porque me llamara a mí escudero, sino por la intención de descalificar a la persona de Gabriel; éso de "defenderse razonablemente bien" implica que no se hace adecuadamente bien, lo que se remataba con lo de imagen de impotencia dialéctica. Cuando más bien, quien demuestra impotencia dialéctica es quien a falta de argumentos tiene que recurrir a la descalificación personal.

Para que se note la superioridad moral de Gabriel respecto de mí, copio su propia respuesta:
"(...) luego lo del fiel escudero, te lo agradezco, casi me siento honrado, porque sin quererlo me has elogiado grandemente, pero (...) te diré que Rodrigo y yo estamos algo lejos uno del otro, el en México y yo en Uruguay, te imaginas, que difícil, seria a cualquiera de los dos llevar los escudos del otro, yo con Rodrigo lo haría sin pesar (...) y seria para mi un inmenso honor, ser su fiel escudero…"

No le doy más espacio al resto de ese intercambio, no es importante para lo que quiero decir. Pero era necesario poner estas palabras como contexto de la reflexión que me generan ahora:


De entre las muchas cosas que nos ha enseñado el movimiento feminista, está la convicción de que el lenguaje no es ingenuo, ni es intrascendente. Realmente nuestro lenguaje es PORTADOR de nuestras visiones del mundo, de nuestra forma de pararnos en la realidad y de nuestras aspiraciones (tanto personales como sociales).


Así no es extraño que, con mucha frecuencia, el lenguaje nos traicione, des-enmascarando resortes antiguos que -a pesar de que no sean políticamente correctos ante nuestra propia consciencia y entorno- permanecen dando forma a nuestros caminares.


Esto me pasó con la mentada expresión del fiel escudero. Por supuesto que estamos hablando de una imagen -un código de cosmovisiones sociales- muy arraigada y que nos viene de muy antiguo. Es, en efecto, una imagen de lealtad, de fidelidad, incluso de autosacrificio y honor.


Pero decodifiquémosla y problematicémosla un poco más profundamente. Es también una imagen de estratificación, de jerarquización y - en último término- de inequidad social. Por muy idealizada que tengamos la figura del escudero, en la vida real de la Europa Medieval había una abismo de diferencia económica, política, de reconocimiento social, y de calidad de vida entre ser un caballero y ser un escudero. El escudero siempre era inferior y subordinado al caballero, que era quien recibía todo el crédito y honor, así como el botín, en caso de triunfo.


¿Cómo se repartía semejante diferencia de fortuna? ¿Era realmente por mérito y honorabilidad? Y aún en si lo fuera -que no lo era-, en términos de la lógística militar ¿era proporcional la diferencia de función a la diferencia de retribución de honor, patrimonio y capacidad de decisión?


Contrastando con esta imagen, está la imagen del hermano de espada. En ella, no está uno subordinado al otro sino que ambos combaten juntos, cuidándose mutua y recíprocamente las espaldas. Hay una igualdad esencial entre las personas, por más que pueda haber una diferencia -incluso jerarquizada- en las funciones desempeñadas en la formación militar.


Pues éso--- más allá de lo anecdótico de un intento de insulto personal, la frasecita del fiel escudero me hizo pensar que quizá tenemos aún demasiado introyectada la cosmovisión social de que las estratificaciones entre las personas -y no sólo de funciones- son inevitables; que necesariamente nuestro mundo está dividido entre caballeros y escuderos, aún entre quienes afirmamos pelear por hacerlo un poco menos injusto. Quizá una de las grandes diferencias entre las izquierdas, es que hay quienes queremos que deje de haber clases estratificadas, y hay quienes sólo quieren que las clases dominantes no jodan excesivamente a las clases dominadas.


Por mi parte, no acepto caballeros que luchan mientras aceptan la existencia de escuderos. Pero éso sí, tengo el honor de contar con una enorme cantidad de hermanas y hermanos de espada; con quienes en pie de igualdad, con un mutuo y recíproco cuidarnos las espaldas, vamos intentando aprender a vivir con dignidad, justicia y alegría.


Vale. Un abrazo para tí mi hermana, un abrazo para tí mi hermano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es un honor Rodrigo, ser vuestro hermano de espadas...Gabriel