El día de ayer se realizó la canonización de los llamados "tres niños mártires tlaxcaltecas"; a
quienes el Papa eximió de los requisitos de acreditar tres milagros obtenidos por su intercesión (lo cual me parece algo
muy positivo, para romper la mentalidad milagrera de las canonizaciones) bajo el argumento de ser mártires que murieron en defensa de la fe.
Se les presenta como que fueron asesinados en defensa de la fe; pero "la fe" (la católica, se entiende) no estaba siendo atacada en ese calendario y geografía.
Se les presenta como que fueron asesinados por haberse convertido al
catolicismo, pero vivieron al menos un par de años después de su bautismo católico sin ser molestados; y muchas otras personas de los pueblos
conquistados en Tlaxcala se convirtieron al catolicismo y no fueron
asesinadas.
Se les presenta como que fueron asesinados por anunciar el Evangelio, pero
muchas otras personas anunciaron el Evangelio en esa geografía y
calendario sin ser asesinadas.
¿Entonces, por qué a ellos tres sí les asesinaron?
Lo que con frecuencia se oculta – y se ocultó en la ceremonia de
canonización, incluyendo las palabras del Papa Bergoglio- son dos factores:
a) Que la violencia homicida sólo se desató contra ellos en estos tres casos, como
RESPUESTA a su acción de profanar los sitios de culto pehispánicos y
destrozar los objetos sagrados (peyorativamente identificados en las
crónicas como ídolos). Esta es la gran diferencia con las demás personas
misioneras en Tlaxcala que no fueron asesinadas, que esas otras
personas no profanaron los lugares y objetos sagrados de los pueblos a
los que iban a “evangelizar”: y
b) En los tres casos, fueron varones adultos españoles (frailes franciscanos, para
más señas) quienes reclutaron como misioneros a estos tres púberes
tlaxcaltecas para acompañarles en la misión; pero en realidad les
mandaron sólos a arriegarse y finalmente morir. En México tenemos un
dicho “hágase la voluntad de Dios en la yunta de mi vecino” para
evidenciar a quienes hablan mucho de resignación, sacrificios y esfuerzos,
pero siempre sobre las espaldas ajenas.
Así que no. Por supuesto que toda muerte violenta es lamentable, pero
no murieron en defensa de la fe sino que ellos fueron quienes
agredieron a la fe ajena; tampoco murieron por convertirse al catolicismo sino por
tratar de convertir al catolicismo por la fuerza a otras personas; y tampoco murieron por
proclamar el Evangelio sino por hacer proselitismo violento contrario al
espíritu y la letra explícita del Evangelio.
Ahora, se puede entender que en el siglo XVI se pensara que las
acciones violentas de estos púberes eran "evangelización"; aunque ya en aquella época Bartolomé de las Casas en su obra "De unico modo" argumentaba que el único modo cristiano de evangelizar era el usado por Jesús: la persuación no violenta. Pero en
2017, canonizarlos es proponer como ejemplo de seguimiento de Jesús el uso de la violencia para
forzar la “conversión” ajena. Es proponer como valioso y ejemplar el
exclusivismo católico (y si era cuestionable en Ratzinger no tiene por
qué ser minimizado en Bergoglio). No sólo es ir en contra del pluralismo
religioso, la convivencia pácifica entre pueblos y religiones, la libertad de creencia o los derechos humanos sino ir en
contra del texto mismo del Evangelio. Aplicando la meditación ignaciana
de las dos banderas, al celebrar esta canonización, da la impresión de que Bergoglio ha actuado bajo la bandera del padre del
engaño, aquél del que Jesús dijo que desde el principio fue mentiroso y
asesino.