I
Nueve años del siniestro de la Mina Pasta de Conchos
Nueve años de impunidad, de violencia contra las familias, de cinismo de Grupo México pero también del Sindicato Minero y de los gobiernos federal y estatal.
Nueve años de resistencia, de organización, de fe inquebrantable de las familias.
Nueve años.
Nueve años
Yo soy el mismo que hace nueve años. Pero yo no soy el mismo que hace nueve años.
Recupero hoy algunas de las impresiones y reflexiones personales de aquellos primeros días de abrirme a conocer y comprometerme con la realidad de la zona carbonífera de Coahuila, sabiendo que yo no soy el mismo que hace nueve años cuando las escribí, pero que yo soy el mismo que hace nueve años.
II
POLVO DE CARBÓN
Febrero
27, 2006
Me parece que esta experiencia de la mina 8,
Unidad Pasta de Conchos, es como el carbón que se extrae de ella. Si se queda
dentro nuestro, nos empezará a carcomer los pulmones, a dificultarnos respirar
el aire, será motivo de dolor y, lentamente, de muerte. Pero si se exterioriza,
se objetiva, puede trabajarse con ella y, a partir de ella, transformar, crear,
construir energía, calor y luz para la vida.
A nivel de la experiencia individual del
sufrimiento de estas muertes, y las condiciones que condujeron a ellas, pienso
sobre todo en las familias de los 65 trabajadores sepultados; pienso en sus
amigos y compañeros, especialmente en los sobrevivientes; viene a la memoria el
rostro lloroso de B y me estremezco
ante lo que vivieron y siguen viviendo las cuadrillas de rescate; y pienso en
los sacerdotes que, sacudidos, permanecieron los 8 días en la mina al lado de
los familiares, aún a pesar del Ejército.
¿Qué hacemos cada quien con este dolor? ¿Cómo caminar, para que no se nos
convierta en polvo de carbón impregnado en los pulmones? ¿Cómo nos ayudamos a
no tragárnoslo en silencio, a elaborar el necesario duelo? No para reprimir o
negar el dolor; sino para trabajarlo y extraer de él la energía para vivir y
luchar para que ésto no le vuelva a ocurrir a nadie.
A nivel de las comunidades de la zona
carbonífera de Coahuila, pienso en lo internalizada que se encuentra esta
realidad de muerte como lo que es,
como el único destino posible. La desesperanza, el miedo y la resignación a no
saber si el esposo, el tío, el hijo regresará de la mina. “¿Qué otra cosa puedo hacer?” nos decía un minero; y una madre de
familia nos confesó “Siempre impulsamos a
nuestro hijo a que estudiara, para que no terminara de minero; pero se acaba de
graduar de Ingeniero Minero y de todas formas su futuro es la mina”. Pienso
en la necesidad de objetivar esta realidad: verla, cuestionarla,
problematizarla y transformarla. No es que se pida que cierren las minas,
principal opción económica para las comunidades de la zona, pero sí exigir que
operen sin alimentarse de la sangre de sus trabajadores. Queda entonces una
enorme tarea de profundizar la sacudida de sensibilización y conciencia que
esta tragedia nos ha provocado.
A nivel pastoral, tanto como Diócesis como
parroquias y agentes de pastoral, la experiencia de cercanía, acompañamiento y
orientación al pueblo, no sólo como pueblo cristiano sino como pueblo trabajador es un nuevo talento
que Dios entrega a los sacerdotes y laicos. ¿Qué harán con esta experiencia?
¿Guardarla, ocultarla, dejarla reposar? o ¿incrementarla, hacerla fecunda,
reproducirla? Pienso, sobre todo, que la disyuntiva está entre mantener
únicamente la experiencia individual de solidaridad y compasión espontánea
(enterrar el talento) o impulsar el establecimiento de la Pastoral Laboral
en la Diócesis
como respuesta organizada y permanente de la Iglesia en cuanto
Cuerpo y Pueblo que camina en la cuenca carbonífera.
Finalmente, a nivel de mi propia experiencia
personal de estos 3 días en que estuve en la mina, en Palaú, en Santa María y
en Nueva Rosita; tengo la necesidad de escribir lo que he visto y oído. A
partir de hoy, no puedo seguir llamándome cristiano sin comprometerme
personalmente a sumarme a los esfuerzos de tantas gentes para evitar que siga
muriendo 1 minero cada quince días. No puedo guardarme en silencio lo
comprendido, discernido y actuado estos días. Tanto a nivel del manejo de mi
propio dolor ante esta situación, como por la conciencia creciente de mi
responsabilidad en lo que viven las comunidades de Coahuila y por el llamado a
impulsar el establecimiento de la
Pastoral laboral en la Cuenca carbonífera, necesito poner en papel estas
reflexiones y parábolas.
III
ENFISEMA ESPIRITUAL
Febrero
28, 2006
El jueves en la noche, después de nuestra
primera tarde en la mina, fuimos recibidos en Palaú por M y V, quienes nos
llevaron a cenar. En medio de la cena, les pregunté si tenían familiares
atrapados por la explosión y ambas respondieron que afortunadamente no.
Así empezó la plática, en que nos fueron
compartiendo su propia experiencia y comprensión de lo que vive Palaú como
pueblo minero. En algún momento de la
plática, V nos dijo: “… afortunadamente, mi esposo ya fue marcado con 15% de pulmón y pudo
retirarse con la incapacidad parcial permanente del Seguro; si no, seguiría en
las minas”.
¡¡¡ 15% de pulmón!!!
¿Qué significa? ¿Cómo se respira con 15% de
pulmón? ¿Cómo se vive con 15% de pulmón? Más aún, ¿Cómo se trabaja dentro de
una mina, donde el aire está tan viciado, en esas condiciones?
¿¿¿Cuántos mineros más están como el esposo de
V? ¿Cuántos de ellos no tienen aún el
diagnóstico del Seguro Social, para poder retirarse?
A la mañana siguiente me desperté con una idea
en el corazón: una Iglesia que no cuente con una Pastoral Laboral para atender
a este Pueblo en su condición específica de Pueblo minero, es una Iglesia con
15% de pulmón.
No es sólo que no estaría cumpliendo con sus
obligaciones pastorales de solidaridad y caridad; sino que en su propia vida
interna no podría respirar adecuadamente el aire del Espíritu. Sería una
Iglesia con enfisema espiritual.
IV
MIÉRCOLES DE CENIZA
Marzo 1,
2006
En el calendario católico, hoy es Miércoles de
Ceniza, la celebración que inicia la Cuaresma como preparación para disponerse al misterio
de la muerte y resurrección de Cristo.
La ceniza en los pueblos orientales es señal
de luto, dolor y humillación reconocida públicamente entre el Pueblo. A este
sentido original se fue añadiendo el de reconocimiento de la responsabilidad en
los hechos ocurridos, penitencia, expiación y conversión. Así, llega hasta hoy
la frase del rito litúrgico: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.
Este año, involuntariamente, he recibido la
ceniza; aunque con algunas peculiaridades. Para empezar, no la recibí hoy
miércoles, sino el jueves de la semana pasada. A diferencia del ritual
católico, la ceniza no estaba hecha de los restos quemados de Palmas benditas,
sino de polvo de carbón y los restos de las fogatas con que las familias se
calentaban en la madrugada mientras esperaban información sobre el rescate de
los 65 mineros atrapados; la imposición no ocurrió dentro de un templo
consagrado litúrgicamente, sino en la explanada terregosa afuera de la mina 8; no había un celebrante
presidiendo la ceremonia ordenadamente, sino que el protagonista era el pueblo
mismo con su dolor e indignación caótica.
La “ceniza” de carbón que cubrió mi piel, mis
ojos, que se me metió a la nariz y oídos, y que aún conservo físicamente
adherida a mis zapatos como testimonio y memorial, es ante todo de luto y
dolor.
El luto de las viudas y huérfanos, el luto de
los mineros en general, y de las comunidades de la zona carbonífera de
Coahuila. El dolor de E al contarnos
que su esposo le había prometido que ese sábado sería la última vez que bajaba
a la mina porque iba a renunciar pues estaba muy peligrosa; el llanto callado
de B por no haber podido rescatar a
quien había sido su compañero de brigada “juntos
sacamos a varios, y al él no lo pudimos sacar”; el dolor detrás de una
consulta legal “todavía no nos dicen si
están vivos o muertos, y sus hermanos ya me están corriendo de nuestra casa,
¿éso se vale?”; la indignación de M
al contarnos que su cuñado había entrado a la Mina 8 porque era 30% menos insegura que la mina
en la que había estado trabajando antes; el dolor de escuchar a otra mujer
decirnos “mi esposo no estaba en la mina,
afortunadamente ya lo marcaron con 15% de pulmón y le dieron la incapacidad
permanente”.
¿¿¿En
qué país vivimos, que es una fortuna tener 15% de pulmón???
Es también una “ceniza” de reconocimiento de
responsabilidad personal en los hechos. Es fácil ver la responsabilidad de las empresas
Grupo Industrial Minera México y General
de Hulla en este accidente, por las pésimas condiciones de seguridad y obsoleto
equipo para los trabajadores; es indudable la responsabilidad de las
autoridades, por negligencia o corrupción, al no garantizar el cumplimiento de la Norma Oficial
Mexicana 121 sobre Seguridad en los trabajos en las minas, para proteger la
vida de los mineros. Incluso, es fácil comprender la responsabilidad de la
dirigencia sindical del Sindicato minero que fue indolente en defender a sus
agremiados, y abandonó a su suerte a los trabajadores subcontratados por
General de Hulla.
Pero desde ese mismo jueves, conforme
escuchábamos los testimonios y veíamos directamente la situación de la región
carbonífera de Coahuila, fue haciéndose más evidente otra realidad. Yo también
me he beneficiado personalmente del trabajo de estos mineros y de las
condiciones en que se desarrolla.
Cada vez que enciendo un foco de luz eléctrica
en mi casa en la Ciudad
de México, o adquiero un producto de acero elaborado en Monclova, estoy
aprovechándome del esfuerzo, trabajo y riesgo de los mineros de Palaú, Nueva
Rosita, Agujita y San Juan de Sabinas. Como dijo Cristi en una reunión con
familiares de las víctimas: “No es que Cristina y Rodrigo estemos aquí
porque somos bien buenas personas, o porque seamos muy cristianos o por
solidaridad. No estamos haciéndoles ningún favor: Es que también nosotros nos
beneficiamos de su trabajo y éso nos hace responsables”.
Colaborar a impedir que esto siga ocurriendo
es lo mínimo a que estoy obligado.
Esta ceniza es, finalmente, símbolo de un
llamado a la conversión y a una nueva vida. Las prácticas ascéticas que se
unían tradicionalmente a la ceniza, más que un castigo por el pasado eran una
ayuda para reformarse y no volver a pecar. Ese es el principal llamado para mí
hoy.
Sí, es necesario asumir el dolor y aceptar las
responsabilidades de cada uno (“arrepiéntete…), pero sobre todo, es
impostergable el compromiso de reforma, de animar y construir una historia
distinta. Proclamar a la zona carbonífera de Coahuila la Buena Noticia de que
no es un destino ineludible el morir
dentro de una mina, y caminar junt@s para hacerlo realidad (… y cree en el
Evangelio”).
Así sea.
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