Cuando las especies homínidas evolucionaron, surgió la humanidad. Varones y mujeres nacieron, en igualdad y mutua solidaridad.
Cuando las sociedades se asentaron y la sobrevivencia estuvo asegurada, la rastrera serpiente del patriarcado sedujo a los varones para que comieran del fruto de los estereotipos, diciéndoles: si comen de estos prejuicios, serán como dioses.
Los varones pues comieron el envenenado fruto de los estereotipos sobre lo que es ser varón y lo que es ser mujer, y de como los varones deben dominar y las mujeres deben obedecer. No sólo comieron ellos, sino que hicieron que las mujeres se nutrieran de los mismos prejuicios.
En ese momento, se les enceguecieron los ojos; y dejaron de verse como iguales en dignidad, en capacidades y en derechos.
Y desde entonces, el patriarcado es el enemigo de las mujeres y de los varones, mordiendo los talones de varones y mujeres según las exigencias de los prejuicios de cada cual. Y por éso las mujeres parirán con dolor su libertad, hasta que entre todas y todos pisemos la cabeza del patriarcado, ese demonio que desde el inicio ha sido mentiroso y asesino.