Para K,
y para quienes hemos de caminar con un nuestro agujero;
confiando en que veremos el día que termine el frío
Érase dos veces un fino mantel bordado con hilos
de muy diversos colores que, entrelazándose, formaban la historia de los dioses
primeros, los que nacieron al mundo. Pero debido a la mucha historia que había
vivido, un su agujero se le deshiló en una orilla, que era su centro.
Y esto fue lo que sucedió con aquél mantel:
En el desayuno llegó un niño y se dijo: ¡Qué alegría, qué vitalidad! Pero no vió
más allá del colorido de la tela, así que se sentó a la mesa y se concentró en su
alimento.
A la hora de la comida llegó una tejedora y
se dijo: ¡Qué lástima, tan buena tela y
haberse estropeado! Y es que no vió más allá del deshilado, así que se
sentó a la mesa y se concentró en su alimento.
Llegó a la cena un jóven universitario y se
dijo: ¡Qué sabiduría y belleza forman
estos hilos, todos deberíamos aprender de este mantel! Pero no quiso ver la
zona deshilada; así que se sentó a la mesa, ocultó el agujero con el plato, y
se concentró en su alimento.
Pasó el tiempo, hasta que una fría mañana
pasó por ahí un juglar y se encontró con el mantel. Se maravilló al ver tanta
Vida en sus hilos, que le recordaban los bosques, desiertos y lagos que había
recorrido; escuchó la historia de los dioses primeros, asombrándose de la
belleza y sabiduría de quien la contaba; y observó con una ternura hasta las
lágrimas aquella zona deshilada. La tocó suavemente y sabiendo que no podía
repararle, pues poco sabe de bordar quien se dedica a los caminos, puso un
delicado beso en aquella herida.
Y sucedió que entonces mantel y juglar se
dieron cuenta del mucho frío que hay en el mundo; así que aquel trovador no se
sentó a la mesa, sino que abrazó al mantel (que se convirtió en capa), lo
enrrolló alrededor suyo cual abrazo y partieron en busca de nuevos caminos. Y
tanto se caminaron abrazados que un día los hilos se convirtieron en venas y no
hubo más dos telas, sino una piel sin frío.
Todavía hoy, los más viejos entre los
viejos, recuerdan a un hombre que en su pecho contaba la historia de los dioses
primeros, los que nacieron el mundo.